Santo Domingo
El multipremiado artista dominicano Chiqui Mendoza ha trazado su exitosa carrera en la evolución permanente y el cambio de temática, logrando, eso sí, tener como base primordial su enfoque sistemático sobre distintos aspectos de la identidad dominicana, pasando desde nuestro origen taíno, las influencias mágico religiosas de nuestra herencia afroantillana, la influencia de la luz de nuestra cultura caribeña imantada por aspectos espirituales de otras creencias universales y sus conexiones isleñas, el montero y la banana, como símbolos esenciales de lo que somos como entes de la insularidad nativa.
De visita en el país luego de ocho años residiendo en Nueva York, meca del arte universal donde desarrolla su obra actual y sigue cosechando éxitos y premiaciones, su regreso le sirve para retroalimentarse de sus raíces, programar una gran exposición de su obra actual basada en los test psicológicos de Roschard, recursos que le proveen de los medios para realizar una producción rica en imágenes multiplicadas que tengan el poder transformador de que el espectador expanda su conocimiento de sí mismo.
Chiqui recrea dentro de un estilo cercano a la abstracción geométrica una pintura de acción en la que interviene mucho el azar controlado, un estilo que gira de manera formal entre Jackson Pollock y Piet Mondrian y en el que se apropia de una eclosión colorística que lo tipifica desde la primera impresión, como un creador caribeño, un innegable productor plástico del Trópico insular.
Iniciándose en la pintura desde los trece años, y dando visos de una vocación sentida e indetenible, el artista santiaguero está considerado como uno de los creadores nativos más premiados en bienales y concursos nativos y extranjeros, destacándose la proeza de ganar desde 1990 al 1996, el tercer, segundo y primer premio de manera consecutiva en el Bienal de E. León Jimenes, otorgados por un exigente jurado mayormente extranjero, que vio el innegable talento de Mendoza como una cantera pródiga de creatividad.
Asimismo ganó el Primer del BID en 1996, (Los otros premios) a propósito de la XVIII Bienal Nacional, donde fue nominado al Gran Premio con solo 26 años de edad.
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