“Quien tenga Patria que la defienda. Y quien no la tenga, que la conquiste”. José Martí (1853-1895).

Saturday, December 13, 2014

La absorción haitiana

Los periódicos de 1884, año en que nos gobernaba el escritor y político Francisco Gregorio Billini, reseñaban los aprestos bélicos que se realizaban en la frontera occidental de la isla con el propósito de ocupar los territorios delimitados en el Tratado de Aranjuez firmado entre las potencias coloniales y admitidos por la República Dominicana y Haití.
Once años antes de esa fecha, el país experimentó avances políticos, económicos, sociales y culturales inesperados, pues desapareció la amenaza de anexión de crear una gran nación, asociada a Estados Unidos, mientras en esos mismos tiempos se rescindió el contrato de arrendamiento de la Bahía de Samaná por parte de Buenaventura Báez a una empresa americana; se sometió un proyecto de reforma a la Constitución de corte liberal, que contemplaba el voto universal y directo.
Otros hechos impulsaron la República hacia una prosperidad y desarrollo diferentes hasta entonces. El comercio se expandió y se instalaron industrias modernas para la época, como ingenios de azúcar con máquinas de vapor y se iniciaron los primeros esfuerzos para establecer la banca, el telégrafo y cables submarinos.


Si bien es cierto que los gobiernos de la época, en el que también se destacó el de Ignacio María González, dieron esos importantes pasos, unido a todo un movimiento independiente en el ámbito cultural, intelectual y patriótico, que tuvo como escenario no solo la ciudad de Santo Domingo, sino Santiago, La Vega y Puerto Plata, para solo citar esas ciudades. Cabe destacar que en el ámbito de la soberanía nacional no experimentábamos seguridades, puesto que se hacían más recurrentes las amenazas haitianas al territorio, que se activaban de acuerdo con el humor de quienes encabezaban los regímenes haitianos. Ciento veintinueve años después, la situación parece la misma, pero con otros métodos.
Un vigoroso movimiento intelectual de la época denunció con coraje y sin tapujos, los aprestos sediciosos de los haitianos por materializar el propósito de usurpar territorios, aprovechando que el incipiente Estado dominicano no contaba con la capacidad militar y logística para cuidar las ciudades fronterizas.
En los postreros días de las dos últimas décadas del tormentoso siglo XlX, no fueron una ni dos las noches en la que los dominicanos sintieron la orfandad ante la presencia de las tropas haitianas, que intentaban de nuevo infundir terror en los recién establecidos límites, como lo hicieron cuando pasaron el cuchillo por el cuello de hombres, mujeres, niños y ancianos dominicanos del Cibao, en su retirada de Santo Domingo bajo el mando de Jean-Jacques Dessalines, quien con su tea incendiaria pegó fuego a todo lo que encontró en el camino.
Los días en la frontera dominico-haitiana morían para entonces en el afán del dominicano por sobrevivir, mientras en la oscuridad de la noche, ráfagas de temor invadían los bohíos de las escasas familias dominicanas que, como centinelas sin armas, protegían con sus vidas los últimos confines de la soberanía nacional.
¿A quiénes pueden asustar las escasas voces que, desde nuestro propio suelo, tratan de intimidar a quienes escriben o hablan para, como aquellos intelectuales del siglo XlX, defender con ardor -pluma en ristre- todo el pensamiento patriótico y soberano, obligados a resguardar el legado de quienes, ungidos por el amor al suelo, defendieron con dignidad y decoro cada metro de tierra de nuestro país?
Solo las mezquinas ambiciones personales llevan a políticos, hacedores de opinión pública y "escribidores" sin norte, a contrariar el sentimiento nacional que invita a los políticos, de una sola vez, asumir con responsabilidad histórica, sin ambigüedades, la defensa de lo que nos pertenece, que se nos quiere arrebatar en complicidad con ciertas instancias de la comunidad internacional: el derecho de decidir por nuestras leyes y la Constitución, lo que otro país nunca ha delegado a nadie, la nacionalidad.
La política migratoria de República Dominicana no puede depender de los malos o buenos humores de los gobernantes haitianos para avanzar en soluciones a largo plazo que garanticen los derechos fundamentales de los ciudadanos haitianos que emigran por razones económicas, especialmente. Lo mismo ha ocurrido siempre, que los menos interesados en buscar soluciones han sido los gobiernos de ese país, que supeditan su accionar a la situación electoral del momento.
Para fines del siglo XlX no había forma de que República Dominicana pudiera ganar esas batallas territoriales, que Haití se empecinaba en plantear, a pesar de que no tenía razones valederas para incursionar en nuestros dominios, como bien recogen los diarios de la época. Los gobiernos de turno trataron por todas las vías posibles de buscar soluciones a esos ataques, que se convirtieron en cotidianos.
Los gobiernos haitianos se hacen de la vista gorda, en una política de absorción del territorio, que no invade con tropas y armadas, pero que silenciosamente sus ciudadanos emigran a Santo Domingo y otras ciudades de la República, con la dejadez cómplice de nuestras autoridades, que están en el deber de garantizar el cuidado de los más de 48 mil metros cuadrados de la dominicanidad.
Antes, las violaciones a nuestro suelo se llevaban a cabo vulnerando los tratados firmados para establecer los límites. Hoy los haitianos cruzan la frontera sin documentos, ni permisos ni visa, huyendo de una situación política, económica, social y cultural calamitosa, pero al final son ellos las víctimas de estar aquí y nosotros somos sus verdugos. ¡Cuánta ingratitud!
¿Qué tiene de diferencia la actual cuestión haitiana con la denunciada por el intelectual Federico García Godoy cuando en febrero de 1885 denunció en el periódico "El Derecho", de la Sociedad Política La Trinitaria, las penetraciones militares haitianas ilegales en territorio ajeno?
Con estas palabras lo describía García Godoy en un tiempo tan lejano como 1885:
"Que los haitianos no han abandonado ni abandonan el sistema de paulatina absorción que tan pingües resultados les proporciona, demás está decirlo. Urge, pues, buscar remedio a tan grave mal. Y cuenta que no estimamos conducente, hoy por hoy, nada que tienda a resolver la pavorosa cuestión de límites por las vías diplomáticas".
Haití, que debe ser un problema para el mundo, no estrictamente de los dominicanos, sigue en el mismo caballo, como señalara hace 129 años nuestro Federico García Godoy.
Rafaelnuro@gmail.com
@rafaelnunezr
http://www.diariolibre.com/opinion/2014/04/14/i567281_absorcin-haitiana.html

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